El piloto se encuentra enfrascado en la reparación de su avión, teme que no pueda reparar la máquina y acabe muriendo en medio del desierto. Mientras el piloto se afana en su tarea, el principio empieza a acosarlo a preguntas: ¿Los corderos comen flores? ¿Para qué sirven las espinas de las flores si los corderos de todas formas se las comen?… El piloto le contesta cualquier cosa hasta que estalla de mal humor y le dice que él no se encarga de tonterías como por qué tienen espinas las flores sino de cosas serias. En este momento el principito se queda extrañado de la actitud del piloto y le reprocha su modo de actuar.
Viene a mi mente esta etapa en los niños, la etapa de los porqués. Todos lo hemos vivido, ese interés por saber cosas; esta es una etapa profundamente creativa y que manifiesta la curiosidad innata que existe en todos nosotros; a veces las preguntas son desconcertantes para los adultos, padres de familia y docentes, ya sea porque no saben qué responder o porque la pregunta sea algo indiscreta. Por ello en muchas ocasiones los adultos responden, como el piloto, de cualquier manera o incluso bruscamente y manifestando mal humor ante la batería de preguntas a las que son sometidos. Así, algunos niños desde muy temprana edad interiorizan que preguntar “está mal”, que ser curioso pone nervioso a los mayores y que, por tanto, más vale no preguntar nada.
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